Capítulo 3: el encuentro entre John Hulse y Otto Galdón Hoffenheimmer

Esquina de la calle San Agustín,
Albacete, a finales del XIX.

Tras tres días cruzando el oeste de Europa de norte a sur, John fue recibido en la estación de Albacete por Ceferino, un empleado local del marqués de Salamanca al que se le dió una hojita de papel con las indicaciones básicas sobre la ubicación de la pensión y la de la fábrica. Obviamente poca documentación tenemos de aquel encuentro, pero imagínese usted, lector, al pobre Ceferino esperando gorrita en mano al enchaquetado guiri. Habría estado ensayando las frases como mínimo toda esa tarde y al llegar lo más probable es que el acento de Hulse sonase al bueno de Ceferino a dialecto inuit.

Sí que sabemos, básicamente porque mi tatarabuelo Otto tiene todo esto anotadísimo al detalle, que el 6 de noviembre de 1893 llegó don Llon a Albacete con no sé cuántas horas de retraso. El hostal en cuestión era la Pensión Alvarado, en la calle San Antonio número 32, del que gúguel nos da estas precarias fotos.

Disimuladamente cansado, Otto anota en su cuaderno que en la cena doña Emilia le comentaba que "esta tarde biene un hingeniero inglés a trabajar ande los trenes en la fábrica nueba i biene an señarles como sacen los trenes i esplicales a arreglalos". Parece que no estaba doña Emilia del mejor de los humores, entendiendo que sería la dueña del establecimiento, ya que Otto relata cómo le pide que se no se vaya a acostar, no fuera a llegar don Llon tarde: "Ma pedío doña Emilia que no me retire al cuarto asta que nosté acomodao don Llon, no se bayan a poner nerviosos los galgo y se arme la zapatiesta".

Hay una foto muy posterior de la Pensión Alvarado en una web almanseña, sacada de un diario de la época y precariamente escaneado y donde se publicita la pensión con desayuno y cena por el módico precio de 3 reales. La cifra resultará poco reveladora si no la contextualizo diciendo que he leído que el jornal manual solía pagarse entre los 3 y los 4 reales, por lo que el precio de la pensión cubría lo ganado durante el día y dejaba un real para ahorrar o gastar en vinos. El caso es que la descripción casa, ya que la entrada de Otto en el futuro Locomotoras Albacete Balompié se inicia por el hecho de que ambos mozos compartieron cuarto en este humilde hostal albaceteño de finales del XIX.

Mr. Hulse se presentó en la pensión a las 11 de la noche de aquel domingo de noviembre. Doña Emilia no paró de pedir a Ceferino, como si Ceferino tuviera aquí voz ni voto, y a John señas, queriendo decir por "señas" el sobre con la pasta. Después de un par de confusos y nerviosos minutos parece que Mr. Hulse ató cabos y sacó un sobrecito con bellísima caligrafía donde había ni más ni menos que "cinco pesetas. Cinco pesetas ha sacao doña Emilia del sobre del Llon, que las e bisto porque las a puesto a la contra luz del quinque to ansiosa i pensava que las iva a quemar y la e renegao i ma dicho que no me meta que llo me procupe de lo mio i lla se procupa eya de llebar sus cuentas". Ceferino desaparece de escena y mi tatarabuelo Otto, educado como era, de familia cortés, ayuda al guiri a subir el maletón al cuarto, y ¡ay, dios mío, menudo sorpresión!

Dos camas correctamente vestidas y hechas tenían una mesita en medio con un jarro de agua y dos tazas de ésas metálicas con puntillas negras, que parece que las hacían ya con la puntilla negra en la fábrica. Había también un armariete grande de madera vieja y una mesa con una bacina delante de un espejo para afeitarse. Y había también un bacín... en el suelo. "Está to colocao y limpismo y no para dacer haspabientos con las manos i llo no lentendío asta que sa puntao a la pija doblándose como una bara i e sentío que quería la letrina i le dicho que la letrina está bajo i no ai letrina arriba i a seguío protestando".

Por lo visto Mr. Hulse no concebía una pensión Albaceteña sin letrina, así que para calmarle Otto le acompañó a la planta baja. Doña Emilia tenía ya el camisón puesto, pero no supuso eso un reparo para asomar de su habitación en la planta baja, donde dormía junto al salón para mantenerse al tanto de que los huéspedes no la liaran. El caso es que no sería el camisón ninguna de esas bellísimas glorias que venden en Calcedonia, ni iría doña Emilia sobrada de vergüenza, ya que la señora salió a gritos de su alcoba a decirles que no pensaba abrir la verja del patio, que era ya muy tarde.

No sé cómo vais, lectores, de arquitectura manchega de la restauración, pero las casas tenían un gran salón en la planta baja con un espacio para la lumbre, donde salían tres puertas: una a la calle, otra a la alcoba principal -en la planta baja- y otra al patio trasero, donde solían estar la cocina y un cuartillo con una letrina. El caso es que doña Emilia tenía dos galgos de caza que no dejaba entrar en la casa. Entraban en el patio por los portones traseros, y por la noche cerraba una verja que aseguraba el salón del patio con llave. Los huéspedes, en caso de necesitarlo, podían miccionar o deshacerse de heces en el bacín que la decentísima señora dejaba a disposición de los clientes en cada habitación. Así se había hecho probablemente durante los dos siglos anteriores. Por las mañanas, la vieja viuda tenía el honroso trabajo de ir vaciándolas en un cubo para después enjuagar los bacines metálicos.

"Está doña Emilia señalando a la llabe colgá de la tapia y le dice que no con el dedo i el Llon no para de decir cosas que no sentimos ni la biuda ni un serbidor y al final me lo e llebao al cuarto otra bez a ber si se duerme i para pero no a parao. A sacao unas cosa de una maleta grandista i a seguío protestando asta que al final lo e bisto salir pabajo".

Mr. Hulse no estaba dipuesto a orinar en un bacín como si fuera la edad media. Habiendo visto dónde estaba la enorme llave de hierro, colgada en la pared, cerca de la verja, iba derecho al patio para hacer pis en el retrete, como las personas civilizadas. Insertó la ganzúa en el ojal, abrió la verja con chirriante estruendo y ahí empezó el mayor escándalo -escándalo literal, no social- que la villa de Albacete había visto desde su independencia de Chinchilla. "Emos oido la berja i al contao sa sentío a Llon lamentarse con munchisma pesambre. Paece que los galgos selán habalanzao i nacen na los animalicos pero sebé can sentío al onvre salir i lesá faltao tienpo".

Nada más abrir la verja los nobles animales se le echaron encima al guiri sin otra intención que juguetear y olisquear dentro de la casa para ver si podían trincar algún tentempié de medianoche. Ni que decir tiene que doña Emilia asomó ipso facto, no precisamente con actitud conciliadora. "Sa lebantao Llon comá podío i sa bolbío parriba pal cuarto asustao por los galgos i los galgos an salío detrás del i más rápido subía el inglés más saltaban los galgos i san presentao arriba. Doña Emilia a subío detrás dellos buceando más que los galgos i llo e intentao sugetar uno pero se mas currío como un lagarto i al final emos entrao tos en el cuarto i a seguío la zapatiesta pos uno los galgos a metío el ozico en el maleto del Llon sacando to lo ca podío como iria el animal buscando comida. El otro a bisto la bacina i el caso es que tenía algo caldo pos llo e meao antes pa enseñarle como se mea pos llo pienso que no a bisto una bacina el inglés nunca. Sebé quen las Inglaterras no ai bacinas no sé dónde mearán. Halgún sitio tendrán pa mear no se bana guantar toa la bida sin mear".

Otto sigue y sigue de esta guisa. No parece muy influenciado por Pérez Galdós. El caso es que el segundo de los galgos estaba metiendo el hocico en el bacín -o "bacina", como lo llama Otto. Si tenéis en mente la morfología de un bacín, sabréis que su base redondeada lo hace especialmente inestable ante el ataque de un mamífero mediano. 

Resulta que el doméstico cuadrúpedo derramó los orines de mi tatarabuelo por la habitación, por si no había ya suficiente fiesta armada en la habitación. Doña Emilia no parece en los apuntes mujer estúpida, y su hábil reacción fue la de ponerse a fregar con un paño colgado de su cintura los vetustos orines de Otto. Me pregunto si San Antonio 32 aun huele a meados de la familia en el primero. "Doña Emilia sa puesto a fregotear el piso buceando y le ba sacar más perras al onvre". No le faltaba razón, pues rezan las notas que le pidió una peseta por el escándalo, que Llon no dudó en entregar en medio de la confusión y el desorden lingüístico pasada la media noche.

Bajando doña Emilia con el bacín semi vacío, con las babas, como dicen los veinteañeros cuando se acaba la cerveza, se oye llamar al portón y se presenta un tal Valero, que no es ni más ni menos que el sereno, necesaria función para semejante escena. "Sa presentao el Balero en el cuarto to serio i las plicao doña Emilia la zapatiesta i agarrao a los galgos cada uno de cueyo i los a bajao al patio i los animalicos ni an rechistao anda que tenian bastante con loque avían bisto lla".

El Valero echó a los perros al patio. Doña Emilia renegó repetidas veces a Mr. Hulse por el escándalo, aunque con la boca pequeña por la pesetica de más que se había gobernado gracias a los galgos. John  se sentó en la cama y abrió una petaca que no pensaba utilizar tan pronto. Otto, según reza, se sentó junto a él con la mano en su espalda para tranquilizar al pobre guiri. No sabremos nunca si lo logró, pero lo que sí sabemos es que mi tatarabuelo probó por primera vez el güisqui. La diosa del fútbol tuvo un parto complicado en Albacete pero, dadas las circunstancias, bastante bien nos salió la criatura.

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