Capítulo 1: el largo viaje del balompié hasta Albacete


Mánchester, 1893: vaya usted a saber qué estaría haciendo John Hulse el día en que uno de los accionistas de la Lancanshire & Yorkshire Railway Company le dijo a finales del verano de 1893 que se iba a abrir una fábrica de locomotoras en España y que él iba a ser el encargado de ir hasta un pueblo llamado Albacete para enseñarles a esas gentes el noble arte de la ingeniería a vapor.


John Hulse (el del centro) era un joven católico de treinta y tantos, de abuelos irlandeses y criado y curtido en el duro sur de Liverpool. Lo que pasa es que alguna ventaja tenía el catolicismo inglés si eras un poco espabilado, y John lo era. Se le daban bastante bien las artes mecánicas y en el colegio los curillas vieron pronto que Hulse era un chico que podia prosperar con algo de ayuda y traer en el futuro otra media docena de católicos a aquella imperial Gran Bretaña. Por eso se le sufragó su educación y terminó trabajando como ingeniero mecánico en la L&YRC, esperma del fútbol mundial.

El caso es que para cuando la riquísima familia McAdoo, empresarios del ferrocarril, le comentó a John su exotiquísima misión, estaba recién divorciado y sin prole. Da la impresión de que era el candidato perfecto para la expedición. Siendo la Inglaterra victoriana, tampoco pienso yo que tuviera demasiada elección si quería medrar en el oficio, así que Hulse aceptó y se le dieron todos los preparativos para que aquel muchacho católico del norte de Inglaterra colgase su sombrero en una percha de la llanura manchega.

Como era de esperar, ni tenemos diarios de todo fulano de finales XIX con el tiempo libre de mantener un detalle para que los millennial podamos escribir chorradas en 2019, aunque sí que se puede reconstruir el viaje que John Hulse hizo en 1893 como las cigüeñas: hacia el sur.
No sólo hay mapas con horarios y precios, sino almanaques con los días y horas de viaje de cada trayecto, con lo que se puede averiguar fácilmente, día arriba o abajo, que esto no va de Philleas Fog, ni se pretende. John Hulse sale de Mánchester Picadilly, supongamos que por la mañana. En 1893 se tarda cuatro horas en llegar a Londres Euston si no se tuerce la máquina. De tarde en Londres lo peor que se puede hacer en este panorama es hospedarse, así que lo que hace normalmente la peña trabajadora y viajante es apretar y seguir en primera clase durmiendo en el tren. Quieras que no, te ahorras algunas chinches y mear en orinal. Así pues, John iría hasta Paddington Station para coger algún tren nocturno del oeste, pues lo que tiene que hacer es ir a Plymouth a coger un barco al Cantábrico por la mañana, y ahorrar otra noche de hotel.

Si llegara a tiempo, Hulse pasaría, mínimo, día y medio en el barco. Hoy en día es un ferry a Santander, pero por aquel entonces se iba directamente a Euskadi por Portugalete y Getxo; de ahí que el Arenas y el Athletic sean dos de los clubes de fútbol más antiguos de España. Allí llegaría John, más seco ya que los pies de Cristo.

Una vez en España ya puede uno permitirse una noche de hostal, que queda mucho por delante. Un baño no estaría mal, que a la llegada hay que dar buena impresión, junto con un vaso de txacolí y unas anchoas. Por la mañana vamos con John a la estación y salimos para Madrid: 8 horas de tren, jornal completo, para llegar otra vez de noche a la Estación del Norte, que entonces se llamaba así Chamartín. Los hostales empiezan a dar ya grima, y eso que el pobre se ahorró el disgusto de hospedarse en Londres. Lleva una sábana, precavido de él. Por la mañana va en coche (de caballos, no os despistéis) a la Estación del Mediodía. Ya os habréis percatado a estas alturas que en el Monopoli las estaciones tienen los nombres antiguos de las que había en Madrid. El agotado Hulse coge un tren al Levante por la mañana.

La estación de Atocha se llamana por entonces Mediodía

Pasa una hora de acondicionamiento en Alcázar de San Juan: ¡en el mapa parece cerca! Luego Campo de Criptana, Socuéllamos, Villarrobledo... qué lento pasa el día. Vuelve a anochecer. Se tarda casi una semana hábil en llegar a este sitio... La Roda, La Gineta... No se ve nada... ¡y Albacete! No me vengáis con lo del Nueva York de La Mancha porque, primero, vete a saber si Azorín no iba en ese mismo tren, que las fechas casan, y segundo, parece poco plausible que el castigado de John Hulse hubiera estado antes en Nueva York, o al menos antes que en Albacete.

El tren para y se sube un señor con una cesta de cuchillos a la cintura. John piensa que debei ser como Mad Max si ya empieza así la cosa; bueno, como el equivalente a Mad Max de la época... yo qué sé... Oliver Twist. Se baja del tren y ve a Ceferino, que agarra su gorra en una mano y una hoja en la otra donde pone “HOSTAL” en esa preciosa caligrafía que había antes y que nosotros no hemos podido recibir porque la LOGSE era una castaña y tal y cual. Y así, queridos amigos, es como llegó John Hulse a Albacete y, con él, el fútbol.

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